sábado, 14 de agosto de 2010

Despertar

No es que no le gustara la tibia sensación del sol sobre su cara. No es que no le gustara la textura de la hierba rozando sus dedos. No es que no le gustara el soplo suave, fresco, del viento que lo acariciaba, desde donde se hundían los rayos luminosos entre las cumbres rocosas. No es que no disfrutara adivinar el sabor de los frutos silvestres, maduros, que extendían delicadamente sus exquisitas fragancias por el aire, como armonías que se entretejen y cautivan por su perfección. No es que no disfrutara percibir el paso del tiempo, tan sutilmente como se siente el aroma ligero de las piedras humedecidas por las vertientes cordilleranas. No es que no se deleitara en la contemplación de la creación natural, en todos sus elementos y en todas sus esencias, en todas sus formas, colores y sonidos, en todo aquello que estimula los sentidos, en todo aquello que sobrepasa la imaginación humana. No es que no sintiera la invisible conexión que lo hacía permanecer unido a la tierra, la madre y mineral, como una atracción deliciosa que era física y mística, como un cordón umbilical que alimenta y nutre, que transmite la energía que fluye incesante desde el origen del mundo. No es que no sintiera su sangre correr por sus venas y embriagar de oxígeno cada célula de su cuerpo, como la sabia alcanza las más altas ramas del árbol dotándolo de fuerza, belleza y vigor. No es que no disfrutara súbitamente de su existencia como si aquel instante se hiciera sublime. Es que tomaba conciencia de estar vivo.

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marcando territorio

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